Sorteando la “belle époque” donostiarra en San Sebastián
Desde el mar, los pescadores percibían San Sebastián como una ciudad con tres entradas a tierra, una entre el monte Igueldo y la Isla de Santa Clara, una segunda entre Santa Clara y el monte Urgull y la última comprendida hasta el monte Ulía. Irutxulo la llamaban por entonces como traducción al vasco de la expresión “tres agujeros”.
Esta percepción marinera de la capital de Guipúzcoa parece no congeniar con las estrellas cinematográficas, Michelin y marcas del lujo hotelero que a mediados de septiembre ganan presencia en el Festival Internacional de Cine. Sin embargo, la ciudad, bautizada en 1980 como Donostia-San Sebastián, puede convertirse en un grato descubrimiento para el viajero de pocos recursos económicos que no se deje cegar por su brillo.
Los coquetos edificios que le dieron el sobrenombre de la “pequeña París” en la segunda mitad del siglo XIX emergían del grado de deferencia que la regente María Cristina concedió a la ciudad al trasladar allí su corte en verano. La “belle époque” donostiarra legó al siglo XXI construcciones lujosas como el teatro Victoria Eugenia, el hotel María Cristina o los casinos y balnearios que antes de la guerra mundial recorría Trostky y que ahora sólo los pudientes admiran desde sus interiores.
Hoy, el pulso de la ciudad es voluntariamente otro. Ampliada por dos ensanches es aún un territorio asequible para el viandante que guste de recorrer la Parte Vieja a pie. Dispone además de una excelente red de autobuses urbanos (nocturnos los fines de semana) que conecta con los pueblos de la periferia y que facilita una excursión al monte Igueldo o al parque de Atracciones de principios del siglo XX. Aunque el hospedaje céntrico sea lo ideal (pocas posibilidades en albergues en San Sebastián centro por debajo de los 20€), la buena comunicación entre barrios presentan los hostales de las afueras como una opción muy económica y, sobre todo, disponible en temporada alta. Si nos decidimos por esta opción, tendremos el lujo de ser vecinos del paraje natural del museo del escultor Eduardo Chillida.
La bicicleta, propia o alquilada, se suma a la red de transportes. En San Sebastián circula por unos 25 kilómetros de carril bici, la mayor proporción usuario/longitud de España, y cuenta con más de 150 puntos de aparcamiento. Una excelente oportunidad para que el viajero no desgaste excesivos esfuerzos físicos o económicos y descubra que hay playas más allá de La Concha. En temporada de baños o bajo la habitual lluvia donostiarra merece la pena llegar hasta la más lejana y virgen, la de Zurriola, nudista desde 2004, alcanzar el Peine del Viento o, bien amarrada la bici, cruzar hasta la isla de Santa Clara.
En este punto, la capital donostiarra ya ha calado hasta los huesos y no sólo por su humedad. No hemos sacado mucho la cartera y quizás podamos permitirnos la visita guiada de 90 minutos que organiza la oficina municipal de turismo (6€ por persona, www.sansebastianreservas.com), la entrada al Aquarium, Kutxaespacio o algún museo. Con la tarjeta multipersonal San Sebastián Card (13€+1€ reembolsable) nos ahorraremos entre un 10 y un 30 por ciento en estas y más visitas además de subir gratis al autobús.
Podemos dejar estos recorridos para más tarde y disfrutar de la gastronomía popular del lugar: los pintxos y la sidra vasca. Siguiendo la tradición de los lugareños, quedamos en el Boulevard para ir hacia la calle Fermín Calbetón donde los que no sean de buen comer ahorrarán a 1.5€/2€ por bocado o tiramos hacia el puerto Gaztelubide. Además de paladear un buen bacalao nos acercamos a las actividades masculinas que se organizan entre agrupaciones.
Una última alternativa culinaria es la ruta que parte desde la catedral del Buen Pastor hasta el puente Mª Cristina. La desembocadura en la plaza Guipúzcoa nos regalará un tranquilo y hermoso enclave para reposar lo injerido.
Con carné de identidad vasco San Sebastián está habituada a hospedar al extranjero sin desatender la tradición de la tierra. Sus habitantes parecen haber respirado cultura a través del aire del Cantábrico y los festivales se han convertido en su punto de referencia. Al de Cine se le añaden el de Jazz en julio o el Internacional de Fuegos Artificiales en agosto, coincidiendo con la semana Grande. Fechas señaladas de las que debe huir el amante de la calma o quien no quiera pagar más por lo mismo en esta deslumbrante ciudad que aspira ser capital cultural europea en 2016.
Por: Sonia L. Baena
Sonia es una viajera independiente que, antes de trabajar como escritora para HostelBookers recorrió varios continentes descubriendo las maravillas de sus ciudades y pueblos. En su estancia en Edimburgo descubrió hostales de calidad y económicos donde alojarse.