De las vacaciones para pocos a las escapadas baratas al alcance de todos: la evolución del turismo siglo XXI
Hasta hace no demasiados años la industria turística veía limitadas sus actividades a unos pocos meses al año. La infraestructura hotelera y turística en general funcionaba al tope de su capacidad durante los meses de verano, y luego medianamente durante los meses de invierno. La temporada invernal era sinónimo de ski y estaba, por lo tanto, reservada exclusivamente para los sectores de mayor poder adquisitivo.
Por esta razón, resultaba difícil encontrar una buena oferta de escapadas baratas o paquetes convenientes: los largos meses “muertos” del año elevaban sensiblemente los costes, que no eran así capaces de ofrecer promociones ventajosas a los interesados en viajar.
Hoy, ese panorama ha cambiado por completo. Cada vez son más las familias de clase media que eligen viajar durante las vacaciones de invierno, y la idea de que cualquier época del año es buena para una escapada energizante está completamente instalada en el imaginario colectivo. Mucho ha contribuido también a esto la nueva generación de jubilados, hombres y mujeres que se dedican a disfrutar de la vida al máximo.
Para un jubilado sin obligaciones laborales, cualquier época del año es buena para viajar. O mejor dicho, ¿qué mejor que viajar en otoño o primavera, cuando el clima es benigno y los sitios turísticos no se encuentran atestados de veraneantes?
En la actualidad, cualquier mes del año puede traer alegrías a quienes se dedican a la industria turística. Y a la vez, la creciente demanda multiplica la oferta, generando posibilidades cada vez más atractivas y accesibles. Hoy, las escapadas baratas de fin de semana pueden incluir servicios de spa, excursiones, degustaciones de productos típicos y práctica de deportes extremos en un marco de playa o montañas, al alcance de buena parte de los trabajadores.
Hoy, tomarse un tiempo para recargar las pilas, reflexionar o relajarse ya no es un pecado o un derroche, sino un derecho y una necesidad. Una necesidad que la industria turística satisface con un menú de posibilidades casi infinitas. De casas rurales del siglo XIX a rústicas cabañas a la orilla del mar, de hoteles con spa a coloridas pensiones atendidas por sus dueños, ya no hay excusas para no relajarse y disfrutar.
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